CAPITALISMO Y SUFRIMIENTO PSIQUICO. Activismo en salud mental: diálogos cómplice



La gestión de la crisis financiera y de la pandemia está demostrando que, a los gobiernos neoliberales, liberados de las ataduras que le Imponía el Estado del bienestar, no les preocupa asegurar la seguridad física y la salud de los ciudadanos tanto como la acumulación del capital. Y menos todavía les importa el malestar de la gente, sobre todo de la más vulnerable, la dañada por el propio sistema de producción y formas de vida, siempre desechable. Conocer los entresijos de las causas de la vulnerabilización, y cómo se graba en cuerpo y mente en la diversidad que nos constituye socialmente, nos permite pensar qué podemos hacer como ciudadanos y profesionales, más allá de la simple denuncia. 

Tres consecutivas catástrofes, acontecimientos inmersos en la totalidad de la social, han hecho temblar los pilares del sistema político financiero en poco más de una década, mostrando el fracaso del modelo civilizatorio en el que vivimos.

En la crisis de 2008, el colapso económico se resolvió con políticas de austeridad en los servicios públicos, el apoyo de los Estados a los bancos con dinero público y medidas contenedoras de la protesta social que erosionaron la legitimidad democrática y favorecieron el crecimiento de la extrema derecha en todo el mundo, al tiempo que aumentaban el número de multimillonarios y desmedidamente la desigualdad, la precariedad y la pobreza. No repuestos aún de esta catástrofe, una epidemia vírica, altamente predecible, convertida en sindemia por la ineptitud del sistema político-económico mundial para prevenirla y hacerle frente, ha mostrado la fragilidad de los sistemas sanitarios, de la salud pública y de seguridad social de los que hacían gala los países más desarrollados, colapsando no solo la sanidad, sino la sociedad toda, mostrándose incapaz de garantizar la protección de la vida, en especial de las poblaciones más débiles. Y por último, fiel al aciago guion neoliberal, la crisis deja en el horizonte insistentes vientos de guerra destinados a multiplicar los refugiados y barrer la menguante democracia y las luchas de décadas para una sociedad a medida humana.

El ideal de sujeto neoliberal, autónomo y suficiente en su individualidad, se ha visto incompetente, desprovisto del lazo social, despertando en una mayoría de la población una gran incertidumbre, desconcierto y miedo sobre el futuro. El extendido consenso en occidente de que no hay alternativa del neoliberalismo, “el sistema menos malo de los posibles” según líderes de la izquierda socialdemócrata, empieza a ser cuestionado. Se ha perdido la ciega confianza en la mejora progresiva de las condiciones de vida y en las condiciones de habitabilidad de un planeta. El Estado neoliberal no garantiza la seguridad que su contrato social dice asegurar ni un porvenir de progreso. La gestión de la crisis financiera y de la pandemia está demostrando que, a los gobiernos neoliberales, liberados de las ataduras que le Imponía el Estado del bienestar, no les preocupa asegurar la seguridad física y la salud de los ciudadanos tanto como la acumulación del capital. Y menos todavía les importa el malestar de la gente, sobre todo de la más vulnerable, la dañada por el propio sistema de producción y formas de vida, siempre desechable. Conocer los entresijos de las causas de la vulnerabilización, y cómo se graba en cuerpo y mente en la diversidad que nos constituye socialmente, nos permite pensar qué podemos hacer como ciudadanos y profesionales, más allá de la simple denuncia.

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